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Galicia y la Bretaña están marcadas, como ya vieron los autores clásicos, por muchas semejanzas geográficas y culturales. Son tierras altamente romanizadas, pero con hondas huellas celtas. Son tierras de granito y con extensas orlas marítimas, de lluvias atlánticas empujadas por «vientos mareiros», que están caracterizadas por unos trazos culturales de gran paralelismo, desde los monumentos megalíticos hasta los cruceros y calvaires, las gaitas y cornamusas, las romerías y un sentimiento de la tierra casi panteísta, al otro lado de una honda religiosidad. Por eso se consideró Galicia como una «Bretaña española», lo que, a la inversa, si le podría aplicar también a la península bretona, de modo que nunca hubo fronteras que alejaran estos dos territorios, ni por tierra ni por mar. No obstante, estas semejanzas y mismo las relaciones intermitentes que desde la prehistoria se establecieron entre la península armoricana y Galicia no fueron suficiente para superar un desconocimiento mutuo.